jueves, 5 de julio de 2012

Kristina Berg en el recuerdo




Un breve inciso para dedicarle un cariñoso recuerdo a Kristina Berg, la viuda de Carlos Casares, que falleció anteayer. Conocía más a su marido que a ella, pero siempre tuve la impresión de que conocerlo a él era conocerla a ella también. Antes de ser nombrado director del Consello da Cultura Galega, fue compañero de instituto durante varios años; una persona encantadora, entrañable. Tuve la suerte de compartir guardia con él algunos cursos, las habría hecho sin cobrar. 

 Casares no era sólo un gran escritor, era un magnífico contador de historias. Convertía cualquier anécdota en algo interesante, ya hablara de lo sucedido en una entrega de premios literarios, o de un suceso cotidiano. Recuerdo el relato del cortejo, que su perrita Labrador obligó a realizar a un perro que les llevaron a casa para cruzarlos; ni el mismo Walt Disney habría podido dotar de cualidades tan humanas a unas mascotas. En las evaluaciones siempre combinaba el rigor con el lado humano y era este el que inclinaba la balanza al calificar a los alumnos con problemas. 

 Falleció sin que hubiera podido agradecerle tantas cosas: su compañía, sus consejos siempre acertados, su disponibilidad a hacerte un favor sin que te sintieras en deuda, desde prestarme un libro de esos que sólo él tenía, hasta concederme el lujo de darles una clase de literatura a sus alumnos un día que él tuvo que ausentarse. Cuando organicé un intercambio con un colegio de EEUU, una de las familias anfitrionas de España no quiso recibir en su casa al chico americano que les correspondía, ello a pesar de que su hijo había sido tratado con esmero por la familia del chaval que venía a España. Me lo dijeron dos días antes de su llegada. Carlos se enteró y no dudó en echarme un mano, "lo acogemos nosotros" me dijo y, la verdad, es que el chaval tuvo mucha suerte.

Eran ambos muy buenas personas. Kristina venía a esperarlo a menudo por las tardes al salir de clase. A veces llegaba empapada, con su impermeable y su gorro cubiertos de lluvia; decía que eso le gustaba y la llenaba de vida. Era una persona que transmitía cercanía y vitalidad, con su mirada de niña grande. Fui profesora de sus dos hijos, eran muy diferentes pero los dos muy buenos chicos. No sé por qué pero recuerdo más a Hakan; ahora es un hombre, pero entonces me parecía un osito abrazable y noble. Desde que leí en el periódico que ella también se ha ido, no hago más que acordarme de ellos. Me gustaría que supieran que muchas personas recordamos a sus padres con cariño y admiración, eran dos personas de las que adornan el mundo. Si algún lector de este blog tiene ocasión de estar con ellos, por favor que les de un abrazo. 

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