sábado, 22 de abril de 2017

Siete días en Holanda




De sábado a sábado, siete días en Holanda, durmiendo en Ámsterdam y visitando La Haya, Delft Scheveningen, Utrecht, Rotterdam y Amberes, donde cambiamos la cara y mala comida de Ámsterdam por algo más elaborado, más parecido a la cocina francesa aunque, a cambio, dejamos de disfrutar la amabilidad de los holandeses por unas horas. 
Como siempre en nuestras vacaciones de Pascua, disfrutamos de la interpretación de La Pasión según San Mateo y, este año, de la mejor de cuantas hemos escuchado. Concertgebouw de Amsterdam, fila 5, viviendo la música junto a los excelentes intérpretes, acústica sensacional. 



Venimos con el recuerdo de campos de flores


Saboreando todavía el chocolate de Amberes

                               
                                  Recordando un domingo de sol por los canales de Ámsterdam

He traído una buena selección de fotos al blog. Si queréis verlas haced clic debajo, en más información. Feliz semana.


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Como os decía, el viernes, Pasión según San Mateo, el momento del año en que me lleno de música y me libero de toda la maldad, fealdad o miasmas que se me hayan podido pegar en el día a día. El jueves asistimos, también en el Concertgebouw, a la Pasión según San Juan. En la imagen el momento final. Uno de los intérpretes se emocionó. La obra es entrañable y te impresiona, sobre todo si eres católico. Imagino que él lo era.

                                                   
                 Paseando por los canales. Acabábamos de llegar, hacía un día espléndido.






La gente salió a la calle, a los parques, a los canales a disfrutar del domingo de sol. Junto a nuestro barco pasaban otros con familias, grupos de amigos almorzando, brindando. Algunos barcos, como este, llevaban arreglos florales. Al día siguiente volvió el frío.


Me encantó esta chocolatería de Delft. ¡Qué linda!


Si hay tiempo, vale la pena acercarse a Rotterdam. Arquitectura de vanguardia con encanto.



También hay lugar para lo tradicional. Este organillo sonaba en Hoochstraat.


Las famosas casas cubo. Hay gente para todos los gustos, ¡cualquiera sube la compra por esas escaleras!. Cada cubo es una vivienda, 250.000 euros. Sin embargo, el conjunto resultaba gracioso visto desde la calle.


Me gustó mucho este edificio. Está en el centro de Rotterdam. Yo estoy tomando la foto desde la acera de una calle comercial. Si os fijáis en el lateral derecho, os parecerá un espejo; son cristales y dentro hay un inmenso y precioso mercado. Paseando por él tienes la sensación de estar en un mercado al aire libre, y ahora os enseño cómo están decoradas las paredes y el altísimo techo. Todo lo demás son viviendas.


Parte de una de las paredes interiores. Los huecos son ventanas de viviendas que asoman al mercado


Parte del techo



Los productos a la venta parecían en sintonía con el colorido del edificio



Estas grosellas y los ramos de tulipanes fueron los únicos productos que encontré a un precio razonable. ¡Qué caro es todo!. Una milanesa de segunda con patatas congeladas en un restaurante normalito: 18 euros. Si le añades la bebida y el postre...
En cuanto al alojamiento, pagamos por un tres estrellas el precio de un cuatro estrellas en París. Menos mal que ahorramos con la comida. Desayunábamos bien y a mediodía nos hacíamos un contundente emparedado en un súper y tomábamos fruta. 



Este pajarito vive en la estación de Rotterdam, se acerca a los viajeros para pedir comida.


Esta foto es de Utrecht. Había estado con anterioridad en Holanda varias veces pero esta ciudad no la conocía. Me gustó mucho.


Dependencias del Instituto Cervantes. Está en una de las plazas más emblemáticas de Utrecht. En las ventanas, cartelitos con palabras en español: infinito, tiquismiquis, libélula, cachivache, bullicio...hay mucho interés por aprender español, los cursos están muy solicitados. 


Como sabéis me encantan las flores, así que no podía dejar de visitar el parque de Keukenhof. Hay zonas donde los arreglos son un poco cursis y con unas combinaciones cromáticas que a mí me chirrían, pero es lógico que quieran contentar a personas con gustos diferentes. Diez millones de visitantes en dos meses, la mitad de ellos orientales. Pero había de sobra para alegrar la retina, como este paisaje junto a un lago. Me he traído un montón de fotos de flores maravillosas para poner en el lateral del blog. Tengo material para dos años. 


Nos movimos en tren. Preciosa la estación  de Amberes, una construcción actual sobre el impresionante edificio antiguo. Imposible captarla bien en fotos. 




Pretendíamos cenar en el café de la estación antes de tomar el Thalis de regreso a Ámsterdam, pero nos mandaron corriendo al anden con gran "amabilidad" porque había que pasar unos controles de seguridad. Ya sabéis que este tren es objetivo del ISIS. Y allí estuvimos muertos de aburrimiento esperando un control que nunca se produjo. Una joven nos dijo que nunca lo hacían, que pasaban de todo, que sólo en Paris tomaban medidas de prevención.


Un gato lustroso en el escaparate de esta farmacia de Amberes. Me gusta ver cómo en tantos países de Europa puede ir con tu perro en transporte público, o llevártelo al hotel o a las tiendas, pero esto del escaparate de una farmacia...


Un café belga de Amberes con un nombre llamativo. Al lado hay un restaurante español de tapas, Jose y yo creemos que fueron ellos quienes les sugirieron el nombre por puro cashondeíllo.


Esta estatua simboliza el nombre de Amberes, "Antwerpen", que significa: mano arrojada la río. Tiene una historia curiosa. Como veis, el nombre autóctono no tiene nada que ver con el topónimo en español. Se acuerda una de las mamarrachadas que dicen sobre toponimia por estos lares hispanos.


Marcoliniiiiiiiiii. Nos trajimos esta caja. Cada día tomamos uno. Qué ricos.


No es un quiosco de España, es de Amberes. Aquí también interesa mucho estudiar  español, según me dijo el dueño del establecimiento. Por cierto, me costó arrancarle unas palabras, ese día todo el mundo parecía estar de mal humor.


Chocolate line. Otra bombonería de Amberes. Ahí tenéis a Jose Manuel pecando. aún nos quedan unos pocos.






Ya sé que hay fotos profesionales de todos estos cuadros, pero las tomé para hacerlos un poco míos. Maravillas inabarcables. Fuimos por la tarde cuando ya no hay cola, y nos quedamos hasta que los visitantes comenzaron a marcharse. Fuimos directos a Vermeer, a Rembrandt, a Piet de Hooch, a Breitner. Estuve sentada, sola, con estas maravillas y otras tantas ante mi. ¿Quien dice que hay que hay que tener millones para ser rico?

 Que seáis felices, amigos.

1 comentario:

  1. ¡Nuestra es Amberes!

    Los gritos de júbilo de un eufórico Felipe II atronaron el salón de Embajadores del monasterio del Escorial. Isabel Clara Eugenia, futura gobernadora de los Países Bajos, era la receptora del mensaje paterno. Corría el año 1585 y por una vez y sin que sirva de precedente, los españoles nos hacíamos respetar. El hijo de Carlos V había desatado la cólera divina contra los insolentes flamencos. Después de meses de asedio, después de construir un puente de casi mil metros, después de tres años sin pagar a sus soldados, Alejandro Farnesio entraba en la “inexpugnable” ciudad al frente de sus Tercios. Casi cuatro siglos y medio después hemos caído bajo, muy bajo, tan bajo que hoy ya no nos respetan ni los nacionalistas catalanes. Felipe II poseía una voluntad telúrica para defender los territorios que le fueron asignados y pasó a la historia como el último gran gobernante español. Mariano Rajoy es un abúlico que si pasa a la historia, será simplemente como “el último gobernante español”. Si en la España de Felipe II no se ponía el sol, en la España de Mariano Rajoy solo hay penumbras (y algo de corrupción). La legendaria cautela del compostelano ha llevado a los catalanes a imponer una jerga a propios y extraños y pasarse el estado por el forro de sus caprichos. Definitivamente necesitamos un Felipe II que más pronto que tarde pueda gritar a los cuatro vientos: nuestra es Barcelona.
    Y uno grita de júbilo cuando visita lo que queda del palacio de Coudenberg y la historia sale a su encuentro. En los bajos de palacio encontramos lo que parecen los cimientos de una antigua construcción. Son algo más, mucho más. Es el lugar donde en el año 1555 el hombre más poderoso del mundo le cedía una parte de su imperio a su hijo Felipe. Él había nacido en Gante. Su madre Juana, para la posteridad Juana La Loca, dio a luz en un retrete. Cosas de la vida, el hombre con prognatismo más famoso del mundo, nació en un excusado. A mediados del siglo XVI Bruselas era el centro neurálgico del Imperio y en Bruselas se dio cita lo más granado de la sociedad europea. Y allí, a tiro de piedra del actual Palacio Real, un gotoso Carlos V apoyado en un redomado traidor, Guillermo de Orange (cuyo hijo, Justino de Nassau luchó en Amberes) se despedía de sus paisanos. Le esperaba la comarca de la Vera. Allí, entre carne roja y cerveza, tuvo tiempo de repasar algunos pasajes de su azarosa vida. Como cuando su abuelo, el católico Fernando, le pidió como última voluntad que cuidara de su mujer, una pizpireta Germana de Foix. Tanto la cuidó que le hizo un hijo.
    Ámsterdam siempre es recordada por sus canales, por su exuberancia ornamental, por sus templos para fumetas y por macizas despampanantes montadas en bicicleta con su rubia cabellera agitada por el viento. Los canales me traen a la memoria una tarde primaveral de un sábado cualquiera, cuando en medio del bullicio del tráfico fluvial surgió una pequeña barca, en la que iban tres nativas sentadas a una mesa, en la que si mal no recuerdo había unos cuencos con anacardos y botellas de champagne. No llevaban arreglos florales, no hacía falta, las que estaban en flor eran ellas. Aquella barca irradiaba gozo, era un deleite para la vista, una fuente inagotable de alegrías y una plataforma hacia el paraíso. Desconozco que estaban celebrando, pero en aquel momento hubiera dado mis posesiones tarifeñas por unirme a la fiesta. Tres mujeres jóvenes navegando por los canales me pareció el colmo de la felicidad. Cada vez que vuelvo a Ámsterdam las sigo buscando.
    Hay ciudades que dejan un recuerdo imborrable, pero uno es como es, y de los Países Bajos lo que menos me impresiona son los monumentos (en el sentido literal del término). De Holanda me puedo traer a casa todo lo que me gusta, la cerveza, el queso y hasta el chocolate (el de fumar, me refiero), pero el mayor atractivo de Holanda, que no son los cuadros de Van Gogh, sino las indígenas de largas piernas, piel blanca y ojos azules, ésas, precisamente ésas, no me las puedo traer a casa.

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